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Imagina una maratón ciclista de 123 kilómetros con 3.000 metros acumulados de ascenso que le da una vuelta de 360 grados a la montaña y volcán más alto de nuestro país, a una altitud mínima de 1.300 metros y alcanzando cotas de los 2.300 metros... ¡En una única etapa!
Eso es el
Desafío Teide 360, una prueba de mountain bike organizada por el Club Deportivo 7Raid de la isla de Tenerife.
A estos ingredientes sumamente atractivos, añade ahora un ciclista de 46 años,
globero por su nivel físico pero con más de 20 años de rutas encima, un ciclista de montaña que nunca se había enfrentado a una maratón de este calibre, y que llevaba casi 10 años sin hacer una media maratón en bicicleta de montaña.
Pues eso es precisamente lo que hice: prepararme durante 4 meses para participar el pasado 29 de abril en la Teide 360. A pesar de las 13 horas, de los 123 kilómetros en las piernas y de las larguísimas subidas hasta un total de 3.000 metros de ascenso, fue una experiencia única en bicicleta.
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Preparando la prueba
Todo empezó con un regalo de Reyes. “Cariño, mira, la inscripción que tanta ilusión te hacía”. Y uno empieza por ahí, por el sueño de alcanzar un reto deportivo, a priori y a todas luces, lógica y razón, inalcanzable.
Pero en ese momento, cuando ya es una realidad tu compromiso, comienzas a ser consciente de a qué te enfrentas y el estrés hace acto de presencia. Así que acudí a mi amigo Ale, que es entrenador deportivo, para que me ayudara a prepararme.
Empiezaron las rutinas: 2 días de fuerza, 3 días de pedaleo, 1 día de series en pista... Y también las excusas: "Esta semana solo entreno 4 días o 3 por esto o aquello, por los compromisos familiares y laborales que resultan ineludibles", etc.
Pero también por la cabeza, ya sabes: que si hoy estoy fatigado, que si no me apetece, que si hoy llueve. Una batalla que solo era el principio y para nada la meta. Hasta llegar a las últimas semanas, todavía sin manejar muy bien los tiempos con la alimentación y la bebida, todavía sin fondo suficiente, todavía sin estar como siempre te gustaría estar. Y nunca llegas a estarlo. Ya me entiendes.
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El día de la carrera
Son las 6:30 de la mañana y aunque la prueba no tiene un gran apoyo institucional y aún es una gran desconocida, en esta segunda edición vuelven a juntarse 650 corredores, cubriendo el 100% de las inscripciones, en este desafío personal para cada uno de nosotros.
La mayoría son
bikers de la isla de Tenerife, pero también del resto de las islas y, me parece, alguno venido desde Península. El tiempo estimado para el primero en terminar, 5:30 (que luego serían 6:19 para el Campeón de Canarias de XCO de 2016, Sergio Flores, que se tomó la prueba como un entrenamiento). Tiempo estimado para los últimos, 14:00 horas, que serían unas 15 en algún caso.
La orografía hace que la maratón de la Teide 360 sea un reto muy especial, duro, que comienza con 3 kilómetros de asfalto subiendo, continúa con otros 12 de pista más 1 kilómetro extra de sendero a pie para luego afrontar 20 largos kilómetros en los que se alcanzan los 2.300 metros de altitud en el Observatorio Nacional de Izaña. En total, en estos primeros 37 kilómetros, un ascenso que afronta una diferencia de altitud de casi 1.000 metros.
Ahí comienzan los primeros abandonos antes incluso de afrontar la larga y divertida, pero muy rota, bajada hasta el lugar de Ramón Caminero, en el municipio de La Orotava, que nos pone otra vez a los 1.500 de altitud.
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Créditos de la imagen: Esther Álvarez.[/caption]
En este punto ya has llegado a los 50 kilómetros de recorrido. Las piernas, pero también manos y brazos, empiezan a resentirse. Y comienza la batalla con la cabeza: "En el próximo avituallamiento me retiro". "Tengo hambre". "Para qué me meto en esto". "A quién le tengo que demostrar qué, a nadie".
Mi estrategia fue llevarme a mi pareja y a mi hija, que me estaban esperando en cada punto donde la tierra se cruzaba con el asfalto, en los avituallamientos de agua y en los de comida. Verlas fue la motivación, el engaño que me hacía falta para avanzar otro poco. Clave fue también el consejo de Ale, lo recuerdo ahora mismo como una máxima en las largas distancias: “Bebe cada 10 minutos aunque no tengas sed y come cada 20 minutos aunque no tengas hambre”.
Desde Ramón Caminero y hasta el lugar de Chío, donde alcanzaríamos los 90 kilómetros de recorrido, toca pedalear una distancia de 40 kilómetros en los que las subidas se alternan con las bajadas, tocando techo en la Torre de Incendios de San Juan de La Rambla, a 1.750 metros de altitud y terminando en los 1.600 antes de afrontar la última gran pendiente... ¡Por asfalto!
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Este tramo es el más hermoso y el que se realiza en solitario prácticamente. La comitiva de
bikers se ha estirado hasta el infinito y más allá. Terminas formando grupo con los que salieron del último avituallamiento al mismo tiempo y van al mismo ritmo. No más de 5 ó 7 de los 650. El resto está hacia delante o hacia atrás, pero no los ves.
Cada pocos kilómetros los voluntarios de distintos colectivos y grupos de aficionados al 4x4 nos vigilan y pasan información a Protección Civil y a la organización. Nunca me he sentido más solo y al mismo tiempo más cuidado y mimado ante un reto.
Una experiencia increíble salpicada de un tobogán de emociones en los que a ratos querías mandar todo a la mierda y a ratos ibas cabalgando eufórico encima de la bici. Montaña rusa de emociones que al llegar a Chío se topaba de frente con el último gran reto de la prueba, retomar los 2.200 metros de altitud en unos largos, tediosos y agobiantes 17 kilómetros de asfalto.
Es curioso que algo que, un día cualquiera en un entreno te parece poca cosa, ese día con 90 kilómetros de tierra y piedras en las piernas se convierte en un objetivo casi insuperable que la mayoría afrontábamos a base de
molinillo.
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Créditos de la imagen: Esther Álvarez[/caption]
Llegar al lugar de Las Lajas, en los altos de Vilaflor, con 107 kilómetros de distancia recorrida fue, sin duda alguna, emocionante. Lo había hecho (o casi). Nunca había pedaleado tanta distancia, aunque aún faltaban otros 15. ¡Y qué 15, dios mío, qué 15! Los primeros 10 kilómetros en un descenso brutal, precioso, peligroso, en el que pasabas de los 2.200 a los 1.300 metros de altitud para, como guinda, ir retomando la altitud del pueblo de Vilaflor en el último tramo por barrancos, galerías y un paisaje mágico.
A estas alturas la cabeza ya no estaba para valoraciones estéticas y las piernas se negaban a empujar la bici en las cortas pero duras cuestas que nos sacaban de cada barranco. Esos últimos 5 kilómetros fueron largos, sufridos, duros y al mismo tiempo divertidos, apasionantes, porque cada corredor con el que te tropezabas, cada
biker que adelantabas o te adelantaba, tenía unas palabras de ánimo o tú las tenías con él o ella.
La alegría de saber que estábamos a las puertas de superar el desafío se notaba, se masticaba, pese a la fuerte fatiga.
Y casi a las 19:30 de la tarde pasé por esa línea de meta, me pusieron esa medalla
finisher y respiré hondo. Lo había hecho. ¡Vaya que si lo había hecho! Y estaba convencido que no iba a ser la última maratón ciclista, sino, si el destino me deja, el primero de muchos maratones defendiendo con dignidad mi hueco
globero en las categorías más senior (+40, +50 y, si llego, +60).
Así que, por todo eso, si vives en Madrid, Toledo, Barcelona, Sevilla, Lugo... Por todo eso, insisto, tienes que montarte en un avión y venir a experimentar una Teide 360, porque pruebas como ésta vas a vivir pocas, en cuanto a dureza y distancia, en nuestro territorio patrio. ¡Todos sois bienvenidos!