El eslovaco entra en la leyenda con su tercer Mundial consecutivo, lo nunca visto, y adereza su espectáculo con 104 victorias.
A sus 27 años,
Peter Sagan ha tenido tiempo de fabricar todo un modelo de espectáculo ciclístico y mediático y de envolverlo en un papel en el que ya se apuntan 104 victorias y más de 200 podios como profesional.
Un registro colosal, elevado a legendario en Bergen, Noruega, donde acaba de ganar su tercer Mundial consecutivo.
La tacada, inédita en la historia del ciclismo, encarama al fenómeno eslovaco al panteón de los tricampeones mundiales, junto a Eddy Merckx, Alfredo Binda, Rik Van Steenbergen y Óscar Freire, y además lo hace añadiendo el matiz excepcional de haberlo conseguido en tres continentes diferentes: América (Mundial de Richmond, 2015), Asia (Doha, 2016), y ahora en Europa.
Se podría hablar muchísimo más de su palmarés, pero detengámonos en las tres victorias arcoiris de Peter Sagan, porque, además, tienen mucho de manual de
cómo derrotar a las mejores selecciones y a sus primeros espadas desde una posición precaria, tal y como dan a entender las limitaciones de una selección eslovaca inferior, cualitativa y cuantitativamente, a los equipos más potentes.
Un simple repaso a los nombres de los derrotados no hace sino elevar la enorme dimensión de la figura de Sagan".
El eslovaco ha ganado el Mundial de Bergen como líder de un equipo con sólo 6 ciclistas, por los 9 que han alineado los más fuertes. Pero es que si nos remontamos a sus victorias precedentes, Richmond 2015 y Doha 2016, vemos que en ellas sólo estuvo escoltado por su hermano, Juraj Sagan, y su amigo de la infancia, Michal Kolár.
Esa inferioridad y el espectacular modo de contrarrestarla en base a un amplio abanico de recursos están detrás del hechizo que despierta un
ciclista capaz de ganar de muchas formas diferentes: en Estados Unidos, tuvo que asumir un segundo plano hasta la hora de la verdad, cuando se filtró en el corte definitivo con Van Avermaet, Degenkolb, Stybar y Boasson-Hagen, y remató con el memorable ataque en la calle 23 de Virginia, ofreciendo un soberano espectáculo en el descenso final para ganar en solitario.
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Créditos de la foto: Flowizm (Flicks, licencia creative commons)[/caption]
Y en Doha tuvo que luchar contra el viento para entrar el último en el corte definitivo y acabar ganando en el sprint, nada menos que a Mark Cavendish y a Tom Boonen. Porque, ésa es otra:
un simple repaso a los nombres de los derrotados no hace sino elevar la enorme dimensión de la figura de Sagan, cuya cosecha de títulos se está dando en una época de velocistas y clasicómanos con muy pocos precedentes en la historia.
El resultado es una cascada de emociones cuando se sirven sus duelos con Van Avermaet, André Greipel, Alexander Kristoff o Michal Kwiatwowski, como no hace mucho sucedía con el gran Fabian Cancellara, con el que aprendió a ganar el Tour de Flandes: primero perdiéndolo ante el suizo en 2013, y después derrotándolo en 2016, con
un ataque para los libros de ciclismo en el muro del Oude Kwaremont.
Lo grande de Sagan es que hasta sus derrotas y fatalidades forman parte de su show"
Sumando todos los elementos es fácil imaginar el significado de la palabra
Saganismo, a día de hoy, la religión de una amplia mayoría de aficionados, que se sienten identificados con un ganador, pero también con ese chico bromista, de aire despistado, que tras cruzar la meta suele regalar un
show adicional.
Y hasta los más puristas se rinden al hombre que lo mismo es capaz de poner el mundo a sus pies en el Tour de Francia, con
un descenso espeluznante del Col de Manse o provocando un corte que arrastre al mismísimo Chris Froome, que de plantarse en los Juegos de Río, recién fichado por el Bora alemán, y renunciar a la bicicleta de carretera para regalar un espectáculo sublime en la especialidad de
mountain bike.
Allí, salió el último, remontó hasta la tercera posición, todavía dentro de la primera vuelta, y acabó abandonando cuando luchaba por la medalla de oro, por culpa de una avería lejos de la zona de boxes.
Porque, llegados a este punto de la leyenda,
lo grande de Sagan es que hasta sus derrotas y fatalidades forman parte de su show: si lo echan del Tour de Francia por un supuesto codazo a Cavendish, a los aficionados les sale del alma defenderlo, hasta el punto de eclipsar durante días el resto de cosas que suceden en carrera; y si toca el culo a una azafata en un podio, aunque sea su amiga, se monta un debate mundial sobre moralidad.
Algo muy del estilo de lo que sucede con Valentino Rossi, su ídolo declarado. Como pasa con el italiano,
los resultados parecen ser una consecuencia del show, y no al revés. Y si así tenemos que referirnos a lo que está haciendo Peter Sagan, es que hemos llegado a la cuadratura del círculo en clave deportiva.