Tour de Francia: los once mejores ciclistas que han corrido la Grande Boucle

Tour de Francia: los once mejores ciclistas que han corrido la Grande Boucle

Podio Tour 1951

El Salón de la Fama del Tour de Francia tiene muchos nombres que han venido labrando la leyenda de la carrera durante más de un siglo, pero entre ellos sobresalen los pentacampeones. Dos franceses; Jacques Anquetil y Bernard Hinault; un belga, Eddy Merckx; y un español, Miguel Induráin, se han repartido veinte victorias en París a partes iguales.

Una vez eliminado de la lista Lance Armstrong y sus siete triunfos consecutivos a causa del dopaje, el debate sobre quién ha sido el mejor corredor de la historia del Tour recobró cierto consenso en torno a la figura de Eddy Merckx, por lo abrumador de sus victorias, por su récord de triunfos de etapa y su dominio extendido a las clasificaciones secundarias, o por su alucinante palmarés fuera de Francia.

Pero hay más matices que conviene conocer y que fomentan otro tipo de opiniones: circunstancias, calidad de los rivales, contexto histórico, factores externos… Lo mejor es sumergirse en el Olimpo de los cuatro pentacampeones y conocer qué caminos siguieron para entrar en la leyenda. Conocer sus cuatro historias, con sus hazañas, sus récords, sus rivales y el cómo y el porqué del final de sus reinados, es adentrarse en una especie de Olimpo de los dioses del ciclismo, que necesariamente se funde con la propia leyenda del Tour de Francia.

Eddy Merckx

Eddy Merckx

El portentoso campeón belga está considerado como el mejor corredor de la historia del ciclismo y también del Tour de Francia, donde presenta un palmarés prácticamente insuperable: cinco victorias absolutas en París en apenas siete participaciones, con 34 victorias de etapa y 96 días vistiendo el maillot amarillo.

Nadie ha conseguido más de un siglo de historia acercarse a semejante combinación de récords, como nadie ha conseguido aproximarse a sus 525 victorias, entre ellas cinco Giros de Italia, una Vuelta a España, tres Mundiales, el Récord de la Hora y diecinueve Monumentos, entre ellos siete triunfos en la Milán – San Remo. Todo ello en doce años de carrera, 1965 a 1977.

Eddy Merckx tenía una voracidad por el triunfo que rayaba en lo obsesivo, que le valió el apodo de El Caníbal: quería ganarlo todo y, a poder ser, arrollando a sus rivales, algo que demostró ya desde su primera participación en el Tour de Francia. En aquella edición de 1969 conquistó el maillot amarillo con casi 18 minutos de ventaja sobre el segundo, Roger Pingeon, y ganó todas las clasificaciones secundarias: la Montaña, la Regularidad, la Combinada, la clasificación por equipos con el Faema… ¡Y hasta la Combatividad!

Merckx hizo el pleno en su primer Tour gracias a su gran dominio de todos los terrenos, traducido en seis triunfos de etapa: ganó las tres contrarreloj, incluyendo la del último día en París, y se impuso en las cimas del Balón de Alsacia y del Puy de Dôme, además de ganarle un mano a mano a Felice Gimondi en la etapa de montaña entre Briançon y Digne-les-Baines. Dominó todo: las cronos, más los Alpes y los Pirineos.

Al año siguiente, 1970, incrementó la cosecha: ganó el Tour con casi 13 minutos de ventaja sobre Zoetemelk y se impuso en ocho etapas, contando la contrarreloj por equipos que ganó con el Faema en Angers, tres cronos individuales más y victorias en la gran montaña como la del Mont Ventoux. Sólo se le escapó la clasificación de la Regularidad, que perdió por sólo cinco puntos ante su compatriota belga, Walter Godefroot.

El palmarés de Merckx en el Tour es apoteósico: ganó una de cada cinco etapas que disputó en la ronda gala (34 victorias en 158 etapas)

El arrollador dominio de Eddy Merckx en el Tour de Francia bien pudo verse frenado en seco en 1971, cuando encontró un rival temible en el español Luis Ocaña, un ciclista con unas condiciones excepcionales en casi todos los terrenos y con una mentalidad ganadora equiparable a la del belga.

Ese año, Ocaña se posicionó en la General ganando en el Puy de Dôme y, después de que Merckx perdiera el maillot amarillo a manos de Zoetemelk en la jornada de montaña de Grenoble, desencadenó una ofensiva total al día siguiente camino de Orciéres-Merlette. El conquense de Priego atacó en la côte de Laffrey, a 117 kilómetros de la meta, y selecciónó una escapada de la que se marchó en solitario en la subida al col de Noyer.

Merckx, sin ayuda de equipo, no pudo responder a una de las mayores exhibiciones de todos los tiempos. Ocaña ganó la etapa y se vistió de amarillo, con casi diez minutos de ventaja sobre el belga, que encajó su mayor derrota diciendo: “Ocaña nos ha matado como El Cordobés mata a sus toros”. Sin embargo, la fatalidad se cebó con el conquense de Priego apenas cuatro días después, cuando se cayó bajo la tormenta pirenaica en el descenso del col de Menté y luego fue arrollado por Zoetemelk cuando trataba de levantarse. Ocaña fue evacuado a un hospital y su abandono dejó el camino libre a la tercera victoria de Merckx en el Tour de Francia.

Después, el belga sumó su cuarta victoria en París en 1972, ganando seis etapas y aventajando en casi 11 minutos a Felice Gimondi, y dedicó 1973 a lograr el doblete Vuelta a España – Giro de Italia, antes de regresar en 1974 para ganar su quinto Tour. Lo hizo imponiéndose en ocho etapas, incluida la de París.

Todo parecía encaminado a que Merckx superara en 1975 las cinco victorias de Jacques Anquetil, pero el pentacampeón fue agredido por un exaltado cuando iba líder en la etapa del Puy de Dôme, y dos días después pagó las secuelas cediendo el maillot amarillo a Bernard Thévenet, en la jornada de su histórico hundimiento en la subida a Pra Loup. Merckx pudo acabar segundo en París, a menos de tres minutos del francés, pero ya no volvió a ganar el Tour.

Su séptima y última participación se saldó con un sexto puesto en 1977, a más de 12 minutos de Thévenet. Colgó la bicicleta en 1978 con un palmarés apoteósico en Francia: pentacampeón del Tour con 34 victorias en 158 etapas disputadas, contando prólogos. ¡Ganó una de cada cinco etapas disputadas!

Bernard Hinault

Bernard Hinault

Bernard Hinault recogió a finales de los setenta el testigo de Merckx como gran dominador del Tour de Francia, hasta redondear el palmarés que más se acerca al del belga: cinco triunfos absolutos en París, 28 victorias de etapa y 75 días vistiendo el maillot amarillo.

Como Merckx, Hinault ganó el Tour en su primera aparición, en 1978, tras asestar un golpe maestro en la contrarreloj de 72 kilómetros de Nancy, a dos días de llegar a París. El bretón aventajó en más de cuatro minutos al neerlandés Joop Zoetemelk para desbancarlo del liderato, y empezó a mostrar su poderío en la lucha individual, la clave de sus victorias, junto a su extraordinaria ambición.

Su dominio ya fue abrumador en 1979, cuando ganó su segundo Tour de Francia imponiéndose en siete etapas y aventajando en la General en más de 13 minutos al segundo, de nuevo Joop Zoetemelk. Hinault cimentó su victoria ganando contra el crono en tres días clave: la cronoescalada a Superbagnéres, y las contrarrelojes de Bruselas y Morzine Avoriaz. Su estado de gracia en la lucha individual le llevó a ganar ese mismo año el Gran Premio de las Naciones, el campeonato del mundo oficioso de la especialidad.

Aquella secuencia victoriosa en el Tour se detuvo en 1980, cuando el frío y la lluvia que marcaron aquella edición tuvieron consecuencias graves para su rodilla. Hinault, que ya había marcado territorio con tres victorias de etapa, se vio obligado a abandonar en Pau a causa de una tendinitis. Al año siguiente se resarció y ganó su tercer Tour con más de 14 minutos de ventaja sobre Lucien Van Impe, después de ejercer un dominio abrumador en todos los terrenos, sobre todo en su especialidad: ganó el prólogo de Niza y las contrarrelojes de Pau, Mulhouse y Saint Priest, además de asestar un gran golpe en los Alpes, con una exhibición en solitario para ganar en La Pleynet.

Su cuarta victoria en el Tour de 1982 siguió ese guión: marcó territorio ganando el prólogo de Basilea, cedió el amarillo unos días y retomó el mando para no soltarlo en la 11ª etapa, una contrarreloj de 57 kilómetros. Ese día cedió por 18 segundos ante Gerrie Knetemann, pero la derrota parcial ante el neerlandés no fue óbice para que Hinault se cobrase sustanciales diferencias con sus rivales. El bretón terminaría sentenciando el Tour ganando las dos contrarrelojes siguientes, en Martigues y Saint Priest, y controlando con suficiencia los ataques de sus rivales en los Alpes. La guinda la puso en el esprín de París, ganando la última etapa vestido de amarillo y ante un especialista como Adrie Van der Poel.

Conocido como El Tejón en Francia y como El Caimán en España, Bernard Hinault estaba en pleno apogeo y parecía lanzado hacia su quinto Tour en 1983, pero sus rodillas volvieron a pasarle factura poco después de dar su histórico recital en la etapa de la sierra de Ávila, donde sentenció su segunda victoria en la Vuelta a España con una memorable ascensión al Puerto de Serranillos. Tuvo que pasar por el quirófano para operarse, esta vez de la rodilla derecha, y su ausencia abrió el camino a la irrupción del joven Laurent Fignon, compañero de Hinault en el equipo Renault de Cyrille Guimard.

Fignon terminó ganando el Tour de Francia en 1983 con sólo 22 años, y Bernard Hinault se marchó del Renault en invierno, aceptando una oferta súper millonaria del empresario Bernard Tapie para liderar un nuevo equipo: La Vie Claire.

Hinault sumó un total de siete podios en el Tour de Francia y se despidió de la ronda gala en 1986 con un segundo puesto

En ese contexto, el Tour de Francia de 1984 se presentó como un gran duelo entre los dos franceses, teniendo en cuenta que Hinault parecía recuperado con su segunda posición en el Giro de Italia. El bretón pareció confirmarlo ganando el prólogo con tres segundos de ventaja sobre Fignon, pero no pasó de ahí. El Renault, con el rubio parisino de la coleta al frente, asestó un primer golpe en la contrarreloj por equipos de Valenciennes, y Fignon se encargó en primera persona de batir holgadamente a Hinault en la crono individual de Le Mans, como también lo hizo en la siguiente, con final en La Ruchère. Fignon acabó firmando una exhibición en los Alpes, distanciando a Hinault en Alpe d’Huez y ganando en La Plagne, para ganar el Tour con más de diez minutos sobre el bretón. Hinault salvó la segunda posición por poco más de un minuto sobre un joven y talentoso compañero en La Vie Claire: Greg LeMond.

Anclado en cuatro Tours, camino de los 31 años y con el aliento encima de la nueva generación, Hinault afrontó el reto de ganar el quinto en 1985, con el alivio de la ausencia de Fignon, lesionado en la rodilla, pero con LeMond discutiendo su liderazgo en el equipo. Entonces trascendió un pacto: LeMond ayudaría a Hinault a ganar el quinto, y al año siguiente se intercambiarían los papeles para que el estadounidense sumase su primera victoria.

El Tejón empezó el Tour de 1985 asestando dos golpes importantes a la General, el primero ganando con rotundidad la contrarreloj de Estrasburgo, con casi tres minutos sobre LeMond, y el segundo en la etapa de montaña de Morzine, donde le tomó minuto y medio más, después de acabar segundo tras un sensacional Lucho Herrera, el mejor escalador de la época.

Pero no todo fue un camino de rosas: el cansancio acumulado tras ganar el Giro de Italia y la pujanza de LeMond hicieron sufrir a Hinault en los finales pirenaicos de Luz Ardiden y el Aubisque, además de ceder ante el estadounidense en la última contrarreloj de Lac Vassivière. Hinault ganó el quinto Tour muy apurado, por menos de dos minutos, pero logró entrar en el Olimpo de los pentacampeones.

Aparentemente satisfecho por igualar a Anquetil y Merckx, Hinault declaró que en 1986 cumpliría el pacto y ayudaría a LeMond a ganar su primer Tour, pero a la hora de la verdad irrumpió en la carrera con su versión más ambiciosa, sin poder dominar la tentación de ser el primer ciclista en ganar seis veces en París. El bretón, desatado, ganó la contrarreloj de Nantes y terminó por enfundarse el maillot amarillo en la primera etapa pirenaica, tras una recordada escapada con Perico Delgado.

El segoviano estuvo atento para leer la jugada de Hinault, que atacó en un sprint especial a más de noventa kilómetros con su compañero Jean François Bernard, y se dejó llevar a rueda hasta el pie del col de la Marie Blanque. Allí, Bernard acabó el trabajo y Delgado e Hinault se entendieron hasta Pau, donde el francés cedió el triunfo de etapa al segoviano y se vistió de amarillo, cobrándose más de cuatro minutos y medio de ventaja sobre LeMond.

Hinault encaró la siguiente jornada de montaña con más de cinco minutos sobre LeMond, pero no se conformó: volvió a atacar a más de cien kilómetros de la meta buscando una exhibición definitiva, pero desfalleció en el ascenso al Peyresourde y terminó siendo rebasado por LeMond en la subida final a Superbagnères. El americano le terminó metiendo más de cuatro minutos, y aunque Hinault pudo salvar el maillot amarillo, ya no pudo resistir a su joven delfín en los Alpes.

LeMond cogió el liderato en el durísimo final del col de Granon y al día siguiente, en Alpe d’Huez, los dos rivales y compañeros dejaron para la historia la imagen del traspaso de poderes, al entrar en meta de la mano. El viejo campeón se despedía del Tour con el segundo puesto, su séptimo podio en los Campos Elíseos. A finales de 1986 se despidió definitivamente del ciclismo corriendo una prueba de ciclocross en su pueblo de la Bretaña, Yffiniac. El Tejón volvía a su agujero tras marcar una época gloriosa.

Jaques Anquetil

Jacques Anquetil

Jacques Anquetil fue el primer pentacampeón de la historia del Tour de Francia y el gran dominador de la carrera a caballo entre los años cincuenta y sesenta, gracias a unas condiciones excepcionales como contrarrelojista.

Nacido en 1934 en la localidad normanda de Mont-Saint-Aignan, Anquetil dejó el oficio de tornero con 18 años para dedicarse al ciclismo. Muy pronto demostró sus cualidades, logrando para Francia la medalla de bronce en los Juegos de Helsinki, y ganando con sólo 19 años el Gran Premio de las Naciones, la prueba contrarreloj más prestigiosa del mundo, en la que terminaría imponiéndose hasta en nueve ocasiones, el récord histórico de la prueba. Ese día batió al gran campeón francés de la época, Louison Bobet, en una lucha individual de 140 kilómetros.

Su gran dominio de la especialidad fue la clave de sus victorias en el Tour de Francia, ya desde su primera participación en 1957, con 23 años. En esa edición, sin grandes referentes como Bobet o Géminiani, y con menos montaña de lo habitual, Anquetil arrolló en la General con cuarto de hora de ventaja sobre el segundo, el belga Marcel Janssens. Se enfundó el maillot amarillo en la etapa del Galibier, con final en Briançon, y de sentenció el Tour en su especialidad, ganando las contrarrelojes de Montjuich, y sobre todo la de Libourne, donde distanció en más de tres minutos a todos sus rivales. Ya para entonces Anquetil tenía el apodo de Monsieur Crono, que le distinguiría durante toda su carrera.

A diferencia de otros campeones, aquella primera victoria de 1957 no marcó el inicio de una secuencia victoriosa de Anquetil. Las desavenencias internas en los equipos franceses, entre estrellas como Louison Bobet, Raphael Géminiani o Henri Anglade, sumado al brillo de dos escaladores de leyenda como Charly Gaul y Federico Martín Bahamontes, alejaron a Anquetil de la primera posición de París en tres ediciones consecutivas: en 1958, el año de la gran victoria de Charly Gaul, el normando se hundió en el col de Porte, cedió 23 minutos y abandonó al día siguiente aquejado de una neumopulmonía; en 1959, Anquetil apenas pudo ser tercero, ante las exhibiciones escaladoras de Gaul y Bahamontes, y unas prestaciones en contrarreloj por debajo de su nivel, sobre todo el día en que El Águila de Toledo asaltó el liderato arrollando en la cronoescalada del Puy de Dôme. Anquetil acabó a más de cinco minutos de Bahamontes y el podio de París tuvo que esperar dos años más, puesto que en 1960 apostó por ir a ganar el Giro de Italia.

Anquetil vivió una dura rivalidad con su compatriota Raymond Poulidor y con Federico Martín Bahamontes, quienes le obligaron a emplearse a fondo en su cuarto y quinto Tour

La tacada victoriosa de Anquetil llegó con sus cuatro victorias consecutivas entre 1961 y 1964, el período de sus grandes duelos con su compatriota Raymond Poulidor, otra de las leyendas francesas. Todavía sin esa competencia, Monsieur Crono hizo gala de su apodo en 1961 dominando en los más de cien kilómetros de contrarreloj de aquella edición. Ya en la segunda etapa empezó vistiéndose de amarillo en la crono de Versalles, y ya no soltó el liderato. El broche lo puso arrasando en la contrarreloj de Périgueux, de 74,5 kilómetros, en la que aventajó en casi tres minutos al segundo clasificado, Charly Gaul. Anquetil ganó su segundo Tour con 12 minutos de ventaja sobre su más inmediato rival, el italiano Guido Cardesi.

Mucha más oposición tuvo el campeón normando en la edición de 1962, la del debut de Raymond Poulidor y la de la explosión como contrarrelojista en el Tour del belga Joseph Planckaert. Anquetil ganó la primera crono en La Rochelle, pero fue superado por Planckaert en la cronoescalada a Superbagnères, en un día pletórico de Bahamontes, ganador de la etapa.

El especialista belga destronó del liderato al británico Tom Simpson y lo defendió con acierto en la montaña, a la vez que Poulidor empezaba a mostrar su calidad ganando con autoridad la etapa reina de Aix-les-Bains, una gran travesía pirenaica que incluía las ascensiones a los puertos del Lautaret, Luitel, Porte, Cucheron y Granier.

Con sus rivales acechando, Anquetil aplacó la presión con una victoria incontestable en los 68 kilómetros de la contrarreloj de Lyon, donde aventajó a Planckaert y a Poulidor en más de cinco minutos para dar el golpe definitivo. Ganó en París con 4:59 minutos de ventaja sobre el belga, y 10:24 sobre su compatriota.

Con tres Tours de Francia y un Giro de Italia ganados, Anquetil se presentó como gran estrella mundial en la edición de 1963. Pero ese año se encontraría con la colosal oposición de Bahamontes, que a sus 35 años puso en jaque permanente al campeón normando. Anquetil llegó a la montaña sin apenas margen sobre el español, que exhibió una gran versión en el llano, en la contrarreloj de Angers y hasta en el adoquinado de Bélgica.

Sólo la impericia de Bahamontes en los descensos pirenaicos impiden que el toledano distancie a Anquetil, que logra alcanzar los Alpes con cerca de tres minutos de renta. Bahamontes, que no había dicho su última palabra, enjuga la desventaja con dos exhibiciones consecutivas, la primera para ganar la etapa de Grenoble, y la segunda para colocarse como nuevo líder en Val-d’Isère, tras un duelo memorable con Anquetil en las subidas al Iseran y a la Croix de Fer.

Al día siguiente, Anquetil debe contener al español en el Gran San Bernardo, en el durísimo Forclaz y en el col de Montet. Bahamontes, demasiado fogoso, precipita su ataque y se escapa en el primer puerto, Anquetil lo neutraliza bajando, y a pie del Forclaz llega la polémica: Gémianini, director de Anquetil en el Saint Raphael, simula una avería en la bicicleta del tricampeón –sólo así la organización permitía los cambios de montura- y logra que le autoricen a darle una más ligera, con un 46×26 de combinación, que se adecúa más a las rampas del 17% que se avecinan.

La treta rearma a Anquetil para contener a Bahamontes, que carga con todo en la subida, en una sucesión de ataques a cada cual más fuerte que el francés aguanta como puede. En la cima cede apenas unos segundos al toledano, al que después remata en el esprín de Chamonix, aprovechando el rebufo de una moto. Sentenciará su cuarto Tour ganando con autoridad en la contrarreloj de Besanzón.

Quizás el hecho de haber sido el primer corredor en ganar cinco Tours de Francia le restó ambición para ir a por un sexto y buscó nuevos retos

La quinta victoria de Anquetil en 1964 fue la más ajustada de todas, por un lado gracias a la aparición del mejor Raymond Poulidor, y por otro a una nueva versión muy competitiva de Bahamontes, que ya tenía 36 años. Ambos rivales cosecharon tres importantes victorias en la montaña; Poulidor en Bagnères de Luchon, y Bahamontes en Briançon y Pau. Anquetil pudo distanciar al español cuando cogió el maillot amarillo en la contrarreloj de Bayona, pero no a su compatriota, que mostró su gran forma haciendo segundo a menos de un minuto.

Con el Tour en un puño, la carrera llegó al Puy de Dôme, donde se vivió un duelo memorable entre los dos franceses. Poulidor, situado a 56 segundos de Anquetil, necesitaba aventajar al líder de forma sustancial para llegar con margen a la contrarreloj final de París. El aspirante lo intentó todo, en una pelea librada codo con codo, pero sólo se pudo marchar en el tramo final y Anquetil pudo limitar los daños: salvó el amarillo por 14 segundos, más que suficientes para rematar su quinto Tour con otra victoria contra el reloj en París, pero no para ganar el favor del público francés, volcado con Poulidor. Los 55 segundos que les separaron en la General suponen el margen más estrecho en las cinco victorias del campeón normando.

Anquetil ya no volvió al Tour de Francia, por tanto, dejó la carrera sin que ésta le derrotase, a diferencia de los pentacampeones que vendrían después. Quizá el hecho de ser el primer corredor de la historia en alcanzar los cinco triunfos le restó la ambición de ir por el sexto, pero eran otros tiempos y existían otros retos con los que podía conquistar el favor de la afición francesa, una batalla que tenía claramente perdida ante Poulidor.

El normando sólo pudo recuperar parte de esa simpatía en 1965 y fuera del Tour, cuando desvió sus energías a la consecución de una hazaña nunca vista: ganó de nuevo a Poulidor en la Dauphiné Libéré, una especie de Tour reducido a diez etapas, y apenas nueve horas después de acabar la ronda del Delfinado se fue a correr la Burdeos – París, una clásica de 557 kilómetros cuya salida se daba a las dos de la madrugada.

Sin apenas dormir, Anquetil empezó mal, tuvo problemas estomacales y rozó el abandono, pero todo cambió cuando su director, Raphael Géminiani, le tocó el orgullo diciéndole: “Estaba equivocado contigo”. El normando respondió remontando hasta llegar a Tom Simpson y Jean Stablinsky, y después los dejó entrando a París, para ganar la carrera en 15 horas y tres minutos. El Parque de los Príncipes le dispensó una ovación que nunca había escuchado vestido de amarillo.

Miguel Induráin

Miguel Induráin

Miguel Induráin sigue siendo el único de los pentacampeones del Tour de Francia que ha conseguido sus cinco victorias de forma consecutiva, después de que la organización decidiera borrar de su palmarés los siete triunfos seguidos de Lance Armstrong a causa del dopaje.

Nacido en la localidad navarra de Villava, en el seno de una familia de agricultores, pocos apostaban por que aquel mocetón que ingresó con 11 años en el Club Ciclista Villavés se convertiría no sólo en el mejor ciclista español de todos los tiempos, sino en una de las grandes leyendas del Tour de Francia.

Tenía demasiada envergadura para pasar la gran montaña con los escaladores y gran parte de su extraordinaria potencia se perdía en contrarrestar su elevado peso, que no era más que el correspondiente a un joven que se acercaba al metro noventa.

Fue su director en el Villavés, Pepe Barruso, quien contactó con la estructura del Reynolds después de que Induráin irrumpiera en el campo juvenil con cinco victorias en 1981, su primer año en la categoría, confirmando la calidad que había venido apuntando desde alevines. En su segundo año, ya bajo la atenta mirada de José Miguel Echávarri, Induráin elevó esa cuenta a once triunfos y acabó dando el salto al equipo aficionado del Reynolds, avalado por unas excepcionales cualidades como clasicómano y esprínter que le hacían apuntar alto en el panorama nacional.

Diecinueve victorias más como amateur fueron el trampolín que lanzó a Induráin hacia el equipo profesional del Reynolds, en septiembre 1984.

El equipo navarro apostó por hacer debutar a Induráin en el Tour de Francia de 1985, después de que el joven ciclista vistiese durante cuatro días el maillot amarillo de la Vuelta a España, hasta que lo perdió en su teórico terreno vedado de la montaña, subiendo a los Lagos de Covadonga. No fue un buen estreno en Francia: Induráin abandonó aquel Tour en la cuarta etapa por enfermedad, y lo mismo sucedió en 1986, cuando llegó a la Grande Boucle después de conquistar la victoria en el Tour del Porvenir, mostrando su poderío en la lucha contra el reloj. Sin embargo, ese año se fue dejando una primera huella en el Tour de Francia, al quedar tercero en el sprint por la séptima etapa, por detrás de Ludo Peeters y Ron Kiefel.

1986 fue un año clave en la evolución de Induráin. El Reynolds decidió explorar sus posibilidades reales como potencial ganador de una gran vuelta y sometió al corredor a diversas pruebas médicas, que arrojaron como resultado que el navarro tenía un potencial extraordinario, casi ilimitado. A partir de esos datos, Induráin empezó a orientar su preparación a paliar su déficit en la montaña a base de perder algo de peso y de realizar entrenamientos específicos. Lo resultados no tardaron en llegar.

Después de terminar su primer Tour de Francia en 1987 muy lejos en la General, el navarro se erigió en pieza importante en el engranaje del Reynolds que llevó a Perico Delgado a ganar en París en 1988, y remató su temporada con una victoria de gran nivel en la Volta a Catalunya.

Induráin acabó resolviendo gran parte de las dudas sobre sus dotes escaladoras al año siguiente, cuando ganó la París – Niza subiendo con los mejores, y cuando logró su primera victoria de etapa en el Tour de Francia, ganando en la cima Cauterets, tras un lanzar un ataque bajando el col de la Marie Blanque, siguiendo la estrategia del Reynolds para desgastar a LeMond y Fignon en favor de Perico Delgado. En esa misma edición, Induráin superó a su jefe segoviano y a sus dos principales enemigos en la cronoescalada a Orcières-Merlette, en la que fue tercero, sólo superado por Steven Rooks y Marino Lejarreta.

Induráin ganó su primer Tour resistiendo en la montaña y sentenciando en la contrarreloj. En los cuatro siguientes Tours perfeccionó aún más el guión: superlativo contra el crono, implacable en la montaña

Las sensaciones sobre la gran evolución de Induráin se acabaron de confirmar en el Tour de Francia de 1990, donde acabó décimo en la General pese a su condición de gregario de lujo de Perico Delgado. El navarro superó a todos los grandes favoritos en la contrarreloj de 61 kilómetros de Epinal, donde fue segundo tras el mexicano Raúl Alcalá, y acabó tercero en la de Villard de Lans. Por si hubiera dudas, en montaña constató su impresionante evolución con un segundo puesto en Millau, tras Marino Lejarreta, y con una impresionante victoria en Luz Ardiden, donde soltó a ritmo al líder Greg LeMond en el último kilómetro para ganar en solitario.

La gran actuación de Induráin desató un debate más que razonable sobre la jefatura de filas en el Reynolds, después de que Perico Delgado se quedara fuera del podio y, sobre todo, tras calcular que la pérdida de doce minutos del navarro en la General en relación al ganador, Greg LeMond, se fundamentó en su trabajo como coequipier en favor del segoviano.

El Reynolds tomó nota de ello en 1991 y apostó por que Induráin compartiese galones con Delgado. El navarro empezó a disipar dudas ganando la contrarreloj de 73 kilómetros de Alençon, en la que batió a LeMond por ocho segundos y distanció a Delgado en más de dos minutos. El estadounidense se vistió ese día de amarillo hasta que, en la primera etapa pirenaica, él y el resto de favoritos permitieron una escapada que aupó al liderato al francés Luc Leblanc.

Esa nueva situación sufrió un vuelco histórico al día siguiente, en la memorable etapa reina entre Jaca y Val Louron, de 232 kilómetros con las ascensiones al Portalet, el Aubisque, el Tourmalet y el Aspin, precediendo a la subida final, todo ello bajo un calor sofocante en los Pirineos. La clave se da en el coloso Tourmalet, donde LeMond decide atacar a diez kilómetros de la cumbre, en un alarde de falsa fortaleza que no tarda en quedar en evidencia, cuando el italiano Claudio Chiappucci tensa la cuerda y del grupo de los elegidos se van cayendo Delgado, el líder Leblanc, Fignon y el propio Le Mond.

Induráin, que sube impasible, a su ritmo, pasa a la acción nada más coronar y demarra en el primer tramo de descenso del Tourmalet para marcharse solo hacia Sainte Marie de Campan. En el valle espera a Chiappucci y el tándem pacta un reparto de tareas que dinamita el Tour: el italiano marcará los ritmos en las subidas al Aspin y a Val Louron e Induráin le dará relevos de gran dureza en los valles. Chiappucci ganará la etapa, tras más de siete horas de carrera, y el navarro se vestirá por primera vez de amarillo, cobrándose unas diferencias sustanciales: Gianni Bugno a 1:29 minutos; Fignon a 2:50; LeMond a 7:18… Delgado llega aún más atrás y, cuando le preguntan en meta si está contento, muestra su desconcierto. No sabe de la hazaña de su compañero.

Induráin rematará su primer Tour resistiendo los ataques de Gianni Bugno en la montaña y sentenciando con una nueva victoria en la contrarreloj de Maçon, la víspera de la llegada a París. Es el inicio de una tacada legendaria.
El navarro ganará los cuatro siguientes Tours perfeccionando aún más el guión: superlativo contra el crono, implacable en la montaña.

Miguel Induráin

En 1992, gana el prólogo de San Sebastián y empieza a sentenciar el Tour en Luxemburgo, donde firma la que para muchos es la mejor contrarreloj de todos los tiempos. Gana con tres minutos de ventaja sobre el segundo, su compañero Armand de las Cuevas, distancia a Bugno y a LeMond al entorno de los cuatro minutos y dobla a Laurent Fignon, que había salido seis minutos antes.

Ya de amarillo, Induráin consolida la ventaja en otra etapa para la historia, la de Sestrières, donde Chiappucci gana en solitario tras atacar a más de 200 kilómetros de la meta y el navarro, tercero en meta, vuelve a cobrarse más de un minuto sobre Bugno. El remate final llega a dos días de París, cuando Induráin se impone en la contrarreloj de Blois y redondea su segundo triunfo con casi cinco minutos de ventaja sobre Chiappucci y más de diez sobre un Bugno que, a partir de esa nueva derrota, interioriza la superioridad del navarro.

El dominio del español se revalida en 1993, ante la dura competencia que representa Toni Rominger. El suizo llega al Tour tras derrotar a su compatriota

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Escrito por
Jaime Fresno
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4 comments
  • Memorable ignorancia la de ustedes. Los mejores ciclistas del mundo no son los que han pedaleado sobre carreteras-autopistas óptimas, ni sobre millones de euros, ni sobre medicia deportiva resucitante, ni sobre el estruendo de la publicidad ni de la idolatría de los medios informativos.

    ¡Nada señor! Los mejores ciclistas del Mundo han sido los super dotados que entre sacrificios, pobreza técnica y econonómica demostraron que eran los mejores ciclistas del Mundo. Estudien y averigüen bastante, queridos amigos ‘google’ quiénes fueron Costante Girardengo, Learco Guerra, Alfredo Binda, Gino Bartali y Fausto Coppi. Investiguen bien, pero bien-bien, y luego conversamos.

    • Gracias por tu aportación, Jorge. Ciertamente, la lista podría ser interminable. Enormes leyendas las que comentas. ¡Un saludo!