¿Quiénes son esos ciclistas que cada mes de julio dan la vuelta a Francia, recorriendo miles de kilómetros por campiñas, montañas legendarias, o adoquinados de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué les motiva para desafiar la canícula estival, las tormentas pirenaicas o alpinas, o el viento mistral del Mont Ventoux hasta el punto de explorar los límites del esfuerzo humano?
¿De cuántas maneras se triunfa? ¿Quiénes inventaron el Tour y por qué? ¿Cómo se explica su condición de tercer evento deportivo más popular tras el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos?
Vayamos a las respuestas, sumerjámonos en casi 120 años de datos, curiosidades y mitos…
La historia: ¿Cómo, cuándo y por qué surgió el Tour?
Situémonos en el París de 1902, concretamente en el Boulevard de Montmartre, en un Café - Restaurante llamado Zimmer. E imaginemos un almuerzo de trabajo entre jefe y empleado. Uno es Henry Desgrange, y dirige un periódico de páginas amarillas que anda en crisis:
L’Auto – Veló; el otro es Géo Lefèvre, el joven periodista de 23 años que Desgrange le ha quitado a
Le Veló, el rotativo de la competencia cuyas páginas verdes se leen bastante más, bajo la dirección de su rival y antiguo maestro: Pierre Giffard.
El jovencito Lefèvre es un apasionado de las bicis, y está allí porque tiene una idea que contar a su jefe, una especie de fórmula mágica para relanzar las ventas de
L’Auto que suelta entre el café y los postres: organizar una carrera que dé la vuelta a Francia en seis etapas que pretende bautizar como los Seis Días de la Ruta.
Desgrange se muestra escéptico: “¿Estás proponiendo dar una Vuelta a Francia?”, viene a decir. Pero tras el impacto inicial decide salir de dudas, y consulta la viabilidad de la ocurrencia con el contable del periódico, Víctor Goddet, quien capta a la primera que aquello que parece una locura puede ser la solución para vender más periódicos.
Así que Goddet da el visto bueno a Desgrange y, desde ese día, 20 de noviembre de 1902, el director se pone a la faena de organizar una carrera sin precedentes. Existe, sí, la París – Rouen, desde 1869; también la París – Roubaix, creada en 1896 por el puñetero Giffard y su
Le Vélo. Pero nunca se ha hecho nada por etapas, con ese kilometraje, con esas pretensiones… Desgrange se enfrenta a colosales dificultades, mayormente logísticas y de financiación, pero consigue la ayuda de tres empresarios enfadados con la línea editorial que lleva Giffard en
Le Vélo: son Dion, Clement y Michelin. Será una batalla a muerte entre dos medios, y sólo uno sobrevivirá.
La primera edicion del Tour arrancó el 1 de julio de 1903 con 60 ciclistas; las bicicletas que llevaban pesaban más de 20 kilos y un único desarrollo de 54x17
Uno a uno, Desgrange va sorteando obstáculos, hasta que llega al último: la baja inscripción de corredores. Decide vencerlo cortando por lo sano: baja la cuota de veinte a diez francos, y dispara la partida de premios hasta los treinta mil.
¡Et voilá!: el 1 de julio de 1903 arranca el primer Tour de Francia con sesenta ciclistas. De la inscripción inicial, diecinueve se han echado atrás, quizá para que no les llamen chiflados, pues es lo que está en boca de mucha gente tras comprobar que hay que cubrir 2.428 kilómetros en seis etapas y 19 días de carrera, con parte de sus noches, y que sólo habrá dos jornadas de descanso.
Unas dos mil personas acuden a la llamada de lo insólito y ven salir al pelotón pionero en la localidad de Montgeron, unos veinte kilómetros al sureste de París, junto a la posada de Au Réveil Matin
El Despertador. De allí salen ciclistas libres de llevar la bicicleta que quieran, con tal de que sea movida exclusivamente por la fuerza muscular.
Eso que hoy parece un reto ciclópeo se resume así: todas las bicis pasan de los veinte kilos, sin contar las herramientas que hay que llevar, porque están prohibidos los coches de asistencia, los entrenadores, los mecánicos… Además funcionan con una combinación fija entre plato y piñón de 54x17; no hay cambios, puesto que ese invento no se implantará hasta 1937. Los primeros esforzados de la ruta tendrán que recorrer así los 467 kilómetros de la primera etapa hasta Lyon, con la que arranca la historia del Tour de Francia.
Cómo ganar el Tour: el camino hacia el maillot amarillo
Ya sabemos cómo y por qué nace el Tour, así que veamos ahora qué hay que hacer ganarlo. Pues simplemente, ser el más rápido. El primer campeón de 1903 fue el francés de origen italiano, Maurice Garin, y ganó porque fue el que menos tiempo invirtió en la suma de las seis etapas hasta París: 94 horas, 34 minutos y 14 segundos.
El ideólogo del Tour, Géo Lefèvre, fue quien implantó ese modelo de clasificación general basado en ir acumulando los tiempos de las etapas que hoy sigue tan vigente, aunque aquella primera edición tuvo algunas peculiaridades que conviene explicar, como que los corredores debían echar pie a tierra para firmar en los controles de paso, o que abandonar en una etapa no significaba decir adiós a la carrera, sino que el ciclista podía disputar la siguiente, aunque ya fuera de concurso en la clasificación general.
Maurice Garin cubrió las seis etapas de 1903 aventajando en casi tres horas al segundo clasificado, su compatriota Lucien Pothier. Tras ellos, sólo otros diecinueve ciclistas lograron terminar, el último a casi sesenta y cinco horas. El resto se perdió entre abandonos y descalificaciones por hacer trampas, algo que ya fue un verdadero problema en 1904. En esa edición, muchos ciclistas fueron descalificados por cosas como utilizar trenes, aprovecharse de la estela de los coches, recibir ayudas externas… No se salvaron ni Maurice Garin, ganador desposeído del título meses después, ni los tres siguientes de la General. Tampoco los ganadores de etapa. Todos fueron sancionados tras una investigación exhaustiva.
El maillot amarillo se introdujo en 1919, tras la Primera Guerra Mundial; se eligió ese color porque era el color de las páginas del periódico L'Auto
El escándalo de 1904 cambió el sistema para 1905, cuando se adoptó la clasificación por puntos para determinar el campeón absoluto del Tour: el primer ciclista en cruzar la línea de meta recibía un punto, y los otros sumaban un punto más que el ciclista que cruzaba la línea de llegada por delante, más un punto adicional por cada cinco minutos entre ellos. El francés Louis Troussellier fue el que menos puntos totalizó y, por tanto el primer ganador con la nueva fórmula, que estuvo vigente hasta que el sistema por acumulación de tiempos se reimplantó ya para siempre a partir del Tour de 1913.
En este punto ya entra en juego el mítico maillot amarillo, estrenado en la primera edición posterior a la Primera Guerra Mundial, la de 1919. Fue una idea de Henry Desgrange para distinguir al líder de la clasificación general, utilizando el color de las páginas de
L’Auto – Veló. Ese año, el primero en portarlo fue Eugène Cristophe, a partir de la undécima etapa, de las quince programadas para cubrir el colosal recorrido de 5.560 kilómetros. El francés no pudo conservarlo hasta París, y fue el belga Firmin Lambot el primero que se enfundó la preciada prenda como ganador absoluto en el Parque de los Príncipes.
Aquel 27 de julio de 1919 comenzó la leyenda del maillot amarillo como distintivo del campeón en París, pero la historia del Tour también se escribirá con otros colores, en la medida en que la organización fue ideando otras maneras de ganar, si no tan importantes, sí merecedoras de mención. Veamos cuáles para entender mejor la carrera.
Gran Premio de la Montaña: el maillot de lunares
La paulatina implantación de las clasificaciones secundarias ha ido abriendo nuevas posibilidades de ganar el Tour, si no tan importantes como la clasificación general, sí con el suficiente peso como para encumbrar a ciclistas con unas cualidades concretas, aunque no sean necesariamente los mejores y más completos.
En este apartado, conviene citar en primer lugar el Premio de la Montaña, un galardón que data de la edición de 1905, cuando el Tour afrontó
su primera subida de cierta envergadura en el Balón de Alsacia, en la cordillera de Los Vosgos. Desde ese año,
L’Auto – Veló se encargó de elegir al mejor escalador de la carrera sin que mediaran puntuaciones, hasta que Henri Desgrange decidió hacerlo en la edición de 1933, en la que Vicente Trueba,
La Pulga de Torrelavega, se coronó como Rey de la Montaña.
El ciclista cántabro, que había cerrado el palmarés que venía resolviendo por designación
L’Auto ganando en 1932, abrió el historial por puntuación, pero en París no lució ningún maillot. Tampoco lo hizo el gran Federico Martín Bahamontes, seis veces mejor escalador del Tour. ¿Por qué? Porque la prenda distintiva del líder de la Montaña no llegó hasta 1975, cuando el Tour de Francia decidió instaurar el maillot de lunares, o de puntos rojos sobre fondo blanco, los colores que utilizaba la marca de chocolates patrocinadora en sus envoltorios. El primero en lucirlo en el podio de París fue el belga Lucien Van Impe, otro de los grandes de la clasificación de los escaladores.
Los puertos de montaña se catalogan en función de diversos factores, como la altimetría, la longitud, el desnivel o la ubicación que tenga en la etapa
El Gran Premio de la Montaña se otorga al ciclista que más puntos suma en las cimas de
los puertos del Tour, y a mayor dificultad de escalada, mayor es el botín en la cumbre. Es por eso que la organización establece cinco categorías de puertos: cuatro de ellas están numeradas, y son las que van de la subida más asequible de cuarta categoría a la de mayor dificultad, de primera, pasando por los puertos de segunda y de tercera; la otra es la más especial y corresponde a los puertos más duros, llamados en Francia los
Hors Catégorie, o Fuera de Categoría.
La catalogación depende sobre todo de la altimetría, con datos objetivos como la longitud, el desnivel a salvar o la pendiente de la escalada; pero también intervienen aspectos más subjetivos, como la ubicación del puerto, que puede ver aumentada su categoría cuanto más al final esté, sobre todo si la etapa acaba en alto.
La relación vigente de puntuaciones según las categorías es la siguiente: los Fuera de Categoría dan puntos a los ocho primeros corredores en coronarlos, a razón de 20, 15, 12, 10, 8, 6, 4 y 2 puntos; los de Primera Categoría premian a los seis primeros, con 10, 8, 6, 4, 2 y 1 punto; los de Segunda reducen el cupo a los cuatro primeros, con 5, 3, 2 y 1 punto; los de Tercera Categoría dan 2 puntos al primero y 1 al segundo; y los de Cuarta sólo dan 1 punto al primero que corona. La organización se reserva en cada edición incentivos adicionales, como el de doblar la puntuación en la cima más alta de la carrera (Premio Henri Desgrange), o bien en finales en alto concretos.
Clasificación por puntos: el maillot verde
Como hemos visto al repasar la historia de sus comienzos, el Tour de Francia ya utilizó un sistema de puntos para determinar el ganador de la clasificación absoluta de 1905 a 1914. Por eso en 1953, cuando se conmemoró el medio siglo de vida de la prueba, la organización decidió apelar a esa fórmula para crear una nueva clasificación secundaria que premiara la regularidad de los corredores.
A diferencia del Gran Premio de la Montaña, cuyo maillot tuvo que esperar más de cuarenta años, la Clasificación por Puntos o Premio de la Regularidad tuvo su maillot distintivo desde el principio. Su característico color verde no fue sino un guiño a otra de las empresas patrocinadoras, esta vez una marca de cortacéspedes.
El sistema de la Clasificación por Puntos favorece a los especialistas del esprint, que copan su palmarés por ser estadísticamente los que más etapas ganan en la era moderna. También les favorece la fórmula implantada de dar más puntos en las etapas llanas que en las de alta montaña o de
contrarreloj, además del plus que pueden obtener en los esprintes intermedios.
Pero como en todo, hay excepciones, como la de Eddy Merckx: el campeón belga, cinco veces ganador de la General, se enfundó el maillot verde hasta en tres ocasiones en París, sin duda gracias a las portentosas condiciones que le llevaron a ganar la friolera de treinta y cuatro etapas, el récord del Tour.
No obstante, la palma se la llevan dos velocistas: el eslovaco Peter Sagan, líder con siete maillots verdes, y el alemán Erik Zabel, que ganó seis veces consecutivas de 1996 a 2001.
Clasificación del Mejor Joven: el maillot blanco
La edición de 1975 del Tour de Francia estrenó dos maillots: aparte del maillot de lunares de la Montaña, ese año se creó la Clasificación del Mejor Joven y se decidió distinguirla con el maillot blanco que dejaba vacante la supresión de la Clasificación de la Combinada, de la que hablaremos más adelante.
El Tour decidió dedicar el nuevo premio a aquellos corredores menores de veintiséis años durante la carrera y que además no hayan cumplido veinticinco con anterioridad al 1 de enero previo a la edición en la que entran en concurso.
Para determinar el Mejor Joven, el Tour suprime de la clasificación general por tiempos a los corredores mayores de veintiséis años y se queda sólo con los que cumplen los criterios referidos. El límite de edad establecido da cierto margen para que los corredores más precoces puedan optar a varias victorias en el Tour vestidos de blanco. Fueron los casos del alemán Jan Ullrich y del luxemburgués Andy Schleck, los dos ciclistas con más triunfos -tres cada uno- en las cuarenta y seis ediciones en las que se ha otorgado este premio.
Entre 1983 y 1986 el maillot blanco estaba reservado únicamente a los ciclistas debutantes en el Tour
Sin embargo, no siempre hubo oportunidad de repetir victoria, puesto que entre 1983 y 1986 el maillot blanco sólo lo pudieron disputar los debutantes en el Tour. El francés Laurent Fignon, ganador del maillot amarillo y del maillot blanco en 1983, no pudo ser distinguido al año siguiente como Mejor Joven pese a ganar su segundo Tour consecutivo un mes antes de cumplir 24 años.
En aquella edición de 1984, fue el estadounidense Greg Lemond quien aprovechó la coyuntura para enfundarse el maillot blanco como mejor debutante, pero al igual que Fignon se quedó sin poder optar a repetir en 1985, cuando fue segundo en la General, tras Bernard Hinault, y el triunfo entre los jóvenes fue a manos del colombiano Fabio Parra.
El estadounidense Andy Hampsten cerró en 1986 el pequeño palmarés del formato del mejor debutante, y el Tour recuperó en 1987 los criterios originales para coronar al Mejor Joven de la carrera.
Premio de la Combatividad
En los finales de etapa también se ve subir al podio al corredor más combativo de la jornada. Es el único premio que no está sujeto a clasificaciones y el más subjetivo, pues el ganador es elegido por un jurado -generalmente formado por ex corredores- en función de la batalla que haya presentado durante la carrera.
No pocas veces la Combatividad es una especie de premio de consolación para el ciclista de vocación ofensiva que se ha quedado a las puertas de la gloria, tras protagonizar una larga escapada, o lanzar varios ataques que contribuyen al espectáculo, aunque en los primeros tiempos existía una clasificación por puntos.
El premio fue introducido en 1951 para distinguir al más combativo de cada etapa, y se amplió en 1956 para poder galardonar al más combativo de toda la carrera, siempre que llegara a la meta de París. En este caso, no hay maillots para distinguir a su ganador, sino un fondo rojo en el dorsal y el honor de subir al podio en los protocolos de final de carrera.
La desaparecida Clasificación Combinada
Presentados los cuatro premios vigentes en el Tour con sus respectivos maillots, conviene recordar que de 1968 a 1989 existió otra clasificación destinada a distinguir a los corredores más completos: la Combinada.
Para elaborarla, la organización sumaba las posiciones obtenidas por los ciclistas en la General y en las clasificaciones de la Montaña y de la Regularidad, a fin de declarar ganador del premio al corredor con menos puntos en el cómputo global de las tres.
El italiano Franco Bitossi inauguró el palmarés en 1968, totalizando once puntos. Después llegaron cuatro victorias seguidas de Eddy Merckx (1969-1972), ¡sin subir nunca de los cinco puntos!, y el belga sumó un quinto triunfo en 1974. Fue el último año antes de que el maillot blanco distintivo de la Combinada pasara a ser utilizado en la Clasificación del Mejor Joven, creada al año siguiente.
El premio desapareció a partir de aquella edición de 1975, y reapareció en 1980 con un maillot tan peculiar como recordado, formado por retales con los colores de los otros premios de la carrera. El neerlandés Steven Rooks, el recordado rival de Perico Delgado en su Tour victorioso de 1988, fue el último en ganar la Combinada en 1989.
Clasificación por Equipos: dorsales y cascos amarillos
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Imagen: paolo candelo / Unsplash[/caption]
Henri Desgrange quiso desde el primer momento que el Tour de Francia fuese un reto individual, la lucha de un hombre por vencer a un recorrido. Por eso no admitió que los ciclistas trabajaran en equipo, aunque se dieran casos de corredores que compartían un mismo patrocinador.
Finalmente, el patrón de la carrera cambió su parecer en 1930, cuando admitió la presencia de selecciones nacionales y creó el llamado Desafío Internacional, el premio destinado a distinguir al mejor equipo del Tour en base a una clasificación de tiempos acumulados para la que computaban los tres mejores de cada escuadra, si bien a lo largo de la historia de la modalidad se introdujeron variaciones, como el sistema de clasificación por puntos implantado en 1961, ya bajo la dirección de Jacques Goddet.
La fórmula apenas duró dos años y el sistema por tiempos regresó en 1963, cuando ya
los equipos comerciales empezaron a sustituir a las selecciones nacionales, algo que fue definitivo a partir de 1969.
Como sucede en los demás premios, la Clasificación por Equipos también tiene distintivo. Entre 1952 y 1990 se utilizaron las gorras amarillas entre los integrantes del equipo líder. Con la llegada del casco obligatorio, las gorras desaparecieron y no fue hasta 2006 cuando la organización apostó por poner un fondo amarillo en los dorsales. Esa distinción se reforzó a partir de 2012 con los cascos amarillos.
En el palmarés por escuadras destacan las siete victorias de la estructura española del Movistar, contando con las obtenidas bajo su anterior patrocinio de Banesto, y las cuatro de un equipo mítico como el Kas.
Cómo se configuran los equipos del Tour: ¿un deporte individual o colectivo?
Repasados los diversos premios y maneras de ganar, puede asaltar la duda de si el ciclismo es deporte individual o de equipo. Para encontrar la respuesta conviene explicar los diferentes roles que asume cada corredor en función de sus cualidades dentro de una estructura, y cómo es la cultura colectiva del ciclismo.
Tanto en el Tour como en otras muchas carreras, la gran mayoría de los ciclistas trabajan en favor de un jefe de filas, como se denomina al corredor a priori más fuerte y experimentado y, por tanto, la apuesta más segura para ganar los premios que después repercutirán en el colectivo, pues todo lo ganado se suele repartir, incluidos técnicos y auxiliares.
Ese jefe se rodea de una especie de guardia de
corps que integran los gregarios -o
coequipiers, como se dice en Francia-, cada uno con un papel a desempeñar en función de sus características. Así, un gregario cualificado para la escalada será la escolta del jefe de filas en los puertos más duros, otro que destaque por ser rodador lo hará en las etapas llanas, incluso en los valles entre puertos de las jornadas de montaña…
O si el líder no aspira a la General y sí a la Regularidad, esos gregarios serán velocistas capaces de lanzar a su jefe de filas en el esprint. La filosofía es rara de ver en otros deportes, y es la de empujar todos a una a un solo hombre para que consiga el éxito individual, a fin de que la recompensa repercuta en el bien colectivo.
Tácticas y estrategias para ganar el Tour de Francia
La complejidad de una carrera como el Tour de Francia, la diversidad de terrenos que ofrece su recorrido a los largo de sus actuales veintiún días de carrera, obliga a escoger muy bien las estrategias para optimizar el rendimiento de los corredores y obtener los mejores resultados.
Por ejemplo, si un equipo está liderado por un escalador, la estrategia deberá ser conservadora en las etapas llanas y agresiva en las de montaña, escogiendo días muy señalados para atacar. Lo normal es que en ese caso el jefe de filas cuente con ayudantes muy dotados para la escalada, y que cada uno juegue un papel más o menos protagonista en función de sus condiciones.
Así, el gregario más fuerte tras el jefe será el último que quede a su lado para evitarle contestar a los ataques en primera persona, o para marcarle el ritmo adecuado que le permita demarrar o, en su defecto, abortar la fuga de un rival.
Las estrategias que siguen los equipos no tienen por qué ir enfocadas a ganar la clasificación general, pues el Tour ofrece otras posibilidades de éxito
Previamente, el director del equipo habrá podido utilizar en su estrategia a otros gregarios menos cualificados para evitar trabajar al líder en momentos menos críticos de la carrera, como por ejemplo neutralizando fugas prematuras, o quitándole viento en contra rodando por delante. Esos gregarios también tienen tareas como las de abastecer a su líder con bidones de agua, o la de auxiliarlo en caso de avería, dejándole si es necesario su propia bicicleta.
Todas estas tácticas y estrategias no tienen por qué ir necesariamente enfocadas a ganar la clasificación general, pues como hemos visto, el Tour de Francia ofrece otras muchas posibilidades, más allá de un maillot amarillo que sólo está destinado a los elegidos y que, por ende, no es un objetivo al alcance de todos los equipos.
Las estrategias pueden apuntar a conseguir victorias de etapa, con especialistas en escapadas o esprinters; o pueden apuntar a clasificaciones secundarias como la Montaña o la Regularidad, o incluso a la clasificación por Equipos, un objetivo que no suele ser prioritario, pero que la lucha coral por los grandes premios individuales a menudo pone a tiro, añadiendo un componente estratégico adicional para conseguirlo.
Los grandes campeones
La vasta historia del Tour de Francia ha dado
grandes campeones que han inscrito su nombre en el palmarés más extenso y lustroso de todas las grandes vueltas. Al frente hay cuatro ciclistas que han logrado cinco triunfos absolutos en París: el belga Eddy Merckx, los franceses Bernard Hinault y Jacques Anquetil, y el español Miguel Induráin, el único en lograr su repóker de maillots amarillos de forma consecutiva.
Tras ellos figura el británico de origen keniano Christopher Froome, el único con cuatro victorias, y corredores como el estadounidense Greg Lemond o el francés Louison Bobet, con tres.
Sin embargo, aspectos como la fatalidad,
la épica y la leyenda inherentes al Tour desde su creación han ido encumbrando a otros campeones en el imaginario colectivo, sin necesidad de exhibir un historial tan brillante: los italianos Gino Bartali y Fausto Coppi figuran con sólo dos victorias, pero está extendida la opinión mayoritaria de que ambos hubieran ganado mucho más de no mediar la Segunda Guerra Mundial.
El español Federico Martín Bahamontes, elegido por la organización como el mejor escalador de la historia, ganó sólo una vez en París, pero sumó otros dos podios absolutos, se proclamó seis veces Rey de la Montaña y protagonizó varias gestas inolvidables en los puertos franceses...
Ese santoral de héroes también reserva sitio a ciclistas que nunca ganaron en París pero sí conquistaron el corazón del aficionado, como el francés Raymond Poulidor, que acabó tres veces en segunda posición y fue tercero en cinco ocasiones, sin encontrar el antídoto para atentar contra la tiranía ejercida por Jacques Anquetil y Eddy Merckx en los años sesenta y setenta.
El mayor evento ciclista del mundo
La historia, las leyendas, los grandes campeones y el talento organizativo han sido algunos de los ingredientes que han llevado al Tour de Francia de ser el sueño innovador de un joven periodista de 23 años que encontró eco entre sus jefes a lo que es hoy: la mejor carrera por etapas del mundo y uno de los mayores eventos deportivos que existen, para muchos el tercero, tras el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos.
Basten sólo unos datos: la carrera se emite en 190 países, a través de más de cien canales que ofrecen de media unas sesenta retransmisiones en directo. Esa cobertura televisiva permite calcular una audiencia potencial de entre 3.000 y 3.500 millones de telespectadores en todo el mundo, a lo que hay que sumar lo que se mueve en otros soportes de comunicación, con alrededor de dos mil periodistas acreditados.
A ello hay que sumar internet, donde la página web del Tour ha superado los 30 millones de visitantes únicos y los 110 millones de páginas vistas, sin contar las redes sociales, donde totaliza 2,2 millones de seguidores. Toda esa popularidad mediática se torna más espectacular si cabe cuando se traslada a las cunetas por las que pasa la carrera: los aficionados franceses toman sus vacaciones en función del Tour, la carrera condiciona el turismo de las zonas por las que pasa, las imágenes de la carrera promocionan Francia y las carreteras se llenan con centenares de miles de aficionados, ávidos de ver a los ciclistas, pero también de disfrutar de la caravana comercial que antecede a la carrera, con merchandising, actuaciones y todo tipo de regalos…
C’est le Tour, la prueba ciclista que en sus inicios salvó de la quiebra a un periódico, multiplicando por seis sus ventas, y que hoy es la mejor carrera del mundo