5 veces en las que Induráin nos dejó con la boca abierta

5 veces en las que Induráin nos dejó con la boca abierta

Miguel Induráin
Créditos de la foto: DenP Images (Creative Commons)

Miguel Induráin

Pau Gasol, con muletas, celebrando el primer Mundial de la Selección Española de baloncesto en Japón. Rafa Nadal retozando en la arena de Roland Garros en 10 ocasiones. Íker Casillas alzando la Copa del Mundo en Sudáfrica, rodeado por una selección de fútbol irrepetible…

La memoria colectiva del deporte español está repleta de imágenes icónicas. Cuando se piensa en el ciclismo, esa imagen no tarda en llegar; Miguel Induráin vestido de amarillo en el podio de los Campos Elíseos de París.

Detrás de esa fotografía hay un reguero de gestas legendarias que mantienen al navarro en lo más alto de la historia del deporte. Pero, de todas ellas, ¿cuáles son las 5 hazañas de Miguelón que los aficionados al ciclismo no pueden sacarse de la cabeza?

1. La gesta de los cinco puertos de montaña (1991)

Si hubo una etapa que marcó el primer Tour de Francia de Induráin fue la 12ª, en la que se subían nada menos que cinco puertos de montaña: Pourtalet, Aubisque, Tourmalet, Aspin y Val Louron.

Entonces Pedro Delgado era aún el jefe de filas del Banesto y Miguel Induráin no era tan conocido entre el gran público. Pero la situación daría un vuelco completo ese día. En el descenso del Tourmalet se escapó junto a Claudio Chiappucci. Ni Greg Lemond, ni Laurent Fignon, ni Luc Leblanc fueron capaces de seguir sus estelas.

Cuando restaban 60 kilómetros para la meta, el gigantón navarro apretó los dientes y se marcó un sprint de 2.115 metros en descenso que aniquiló al italiano. El Diablo se empleó a fondo para tratar de alcanzar al español, que a poca distancia de la meta pactó con él cederle la victoria de etapa como agradecimiento por haberle ayudado a vestirse de amarillo. Fue el comienzo del mito.

Miguel Induráin
Créditos de la foto: DenP Images (Creative Commons)

 

2. Cara a cara con Chiapucci en Sestriere (1992)

En 1992 Miguel Induráin ya no era una promesa del ciclismo ni una revelación, sino el flamante ganador del Tour anterior y el más firme candidato a revalidar el entorchado.

Sus rivales le respetaban y le temían a partes iguales. Los italianos Gianni Bugno y Claudio Chiappucci eran sus dos principales adversarios.

Bugno era más conservador, pero el estilo de El Diablo era el de un ciclista agresivo, que salía a por todas en cuanto veía una oportunidad propicia. Lo dejó claro en la 13ª etapa, de alta montaña, con final en Sestriere.

A los 50 kilómetros de la salida, el italiano atacó con virulencia y se mantuvo en solitario durante 200 tortuosos kilómetros. El único capaz de seguir su estela fue el español, que al final llegaría a 2 minutos de él.

Greg LeMond tendría que retirarse al día siguiente y la escapada del italiano dejaría un reguero de ciclistas descabalgados de la general, muchos a más de 40 minutos. A pesar del segundo puesto, el aguante de Induráin le valió para vestirse de amarillo y demostrar que su capacidad de sufrimiento era sobrenatural.

Miguel Induráin
Créditos de la foto: Eric Houdas (licencia Creative Commons)

3. La brutal contrarreloj de Périgueux-Bergerac (1994)

Decidir cuál fue la mejor contrarreloj de Miguel Induráin resulta una tarea complicada. Pero la página que dejó escrita el navarro el 11 de julio de 1994 es de las más inolvidables.

El extraterrestre –como ya le había bautizado la prensa francesa– tenía por delante el reto de arrebatar el maillot amarillo al belga Johan Museeuw, líder circunstancial, y de paso meter minutos a sus rivales directos, los Rominger, Bugno, Zülle o Pantani.

Logró ambas cosas con creces. Con 40 grados en el termómetro, lo que salió de sus pedales fue una hazaña épica. A Rominger le metió 2 minutos, a Chris Boardman más de 5, a Zülle 9:03, a Bugno 10:37 y a Pantani 10:59. Una barbaridad al alcance de muy pocos.

Indurain con Rominger
Créditos de la foto: ta_do (flickr, licencia Creative Commons)

4. El Récord de la hora… O cómo romper las leyes de la física (1994)

Si alguien podía enfrentarse a una de las pruebas más técnicas y exigentes del ciclismo moderno, el Récord de la hora, ese era Miguel Induráin. El 2 de septiembre de 1994 lo consiguió completando 53,04 kilómetros en 60 minutos. Superó así los 52,71 kilómetros logrados por el británico Graeme Obree ese mismo año.

Obree, a su vez, había enviado al limbo el anterior mejor registro, que obraba en manos de Chris Boardman (52,27 kilómetros).

El velódromo de Burdeos fue testigo de la heroicidad del español, que dejó para los libros de historia su estampa a lomos de una bicicleta muy especial: la Espada. Pinarello se la fabricó a medida aplicando tecnología avanzada en aerodinámica y avances procedentes de la Fórmula 1.

Fabricada en una sola pieza de fibra de carbono, pesaba 7,2 kilos y lucía ruedas lenticulares, la trasera con mayor diámetro que la delantera. Tony Rominger no tardó en batir después, en dos ocasiones, la marca del navarro (53,83 y 55,29 kilómetros), pero su proeza fue otra muestra de su imponente dominio en el panorama ciclista mundial.

Espada

5. Neutralización del ataque de Zülle en La Plagne (1995)

En 1995, la gran pregunta era si Induráin sería capaz de ponerse a la altura de los gigantes de la historia que ya contaban con 5 Tours: Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault. Ninguno de ellos los había logrado de forma consecutiva.

La lista de aspirantes a arrebatarle el récord era de impresión, con Alex Zülle a la cabeza, seguido por Bjarne Riis, Tony Rominger y Richard Virenque. En la novena etapa, entre Le Grand-Bornand y La Plagne, cuando el español ya estaba vestido de amarillo, Alex Zülle abrió una ventaja de más de cuatro minutos y medio con la que se convertía en nuevo líder. Lo había logrado, además, en pleno inicio del ascenso a La Plagne, lo que parecía difícilmente contestable.

Con un ritmo de pedaleo brutal, Induráin se puso el mono de trabajo y, sin mover un solo músculo de más, con ese aplomo que le caracterizaba, fue minando la ventaja del suizo hasta asegurarse que éste no podía arrebatarle el maillot amarillo. El resto del Tour ya fue un paseo militar.

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Escrito por
José Ángel Sanz
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