5 cosas que te costará creer de las bicicletas del siglo pasado

5 cosas que te costará creer de las bicicletas del siglo pasado

Bicicleta clásica

Bicicleta clásica

Medidores de potencia, grupos de cambio electrónicos, cuadros de carbono… Estamos tan acostumbrados a las constante irrupción de innovaciones tecnológicas en el mundo de la bicicleta, que hemos olvidado cómo era, hasta hace poco, utilizar este medio de transporte.

Porque era precisamente así, como una forma de trasladarse de un punto a otro, como se entendía a este dispositivo de dos ruedas cuando se inventó, a comienzos del siglo XIX.

El mundo de la competición es el que más ha alentado a los fabricantes a superarse día tras día en la búsqueda de bicicletas con más prestaciones. Sin embargo, hasta hace unos años nuestras queridas bicicletas eran muy distintas de las que podemos ver rodando por nuestras carreteras o sorteando baches en la montaña.

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En este artículo vamos a repasar 5 características de las bicicletas del siglo pasado que te costará creer que son ciertas.

1. Sus cuadros eran de acero

Las primeras bicicletas de competición del siglo XX aprovechaban el que por entonces era el componente más preciado para los vehículos, ferrocarriles y barcos: el acero. Con él se elaboraban el cuadro, la horquilla y el manillar.

Una de las principales virtudes, su resistencia ante los golpes, parecía un argumento suficiente para emplearlo, a pesar del considerable peso que ello conllevaba. Estaban muy lejos los cuadros de aluminio, carbono o titanio.

Como era de esperar, la maniobrabilidad no era el punto fuerte de estas bicicletas, que en la báscula casi nunca bajaban de los 18 kilogramos.

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2. Las llantas se pudrían… Porque eran de madera

Si alguna vez te has quejado por algún motivo de esta parte de tu bicicleta, ten en cuenta que durante mucho tiempo el material con el que se fabricaban las ruedas era la madera.

Hasta la llegada de los años 1930, cuando irrumpieron las llantas de aluminio en los niveles profesionales, las ruedas se deformaban con la humedad, se pudrían con el agua y se rompían con relativa frecuencia.

Su elevado peso tampoco ayudaba, por no mencionar el impacto medioambiental que suponía fabricarlas a costa de la tala de árboles, aunque para que llegara la conciencia ecológica también faltarían unos cuantos años más.

3. La única forma de sujetar los pies a los pedales era con correas

Antes de la llegada de los pedales automáticos, antes incluso que los rastrales, los amantes de las bicicletas trataban de aprovechar cada pedalada de la mejor forma que podían, que en muchos casos no era otra que amarrar los pies al pedal con correas.

El resultado era que, además de lo incómodo que podía resultar, el ciclista debía estar constantemente pendiente de que el amarre no se soltara, y con él el pie. Esto generaba un alto riesgo de caídas muy peligrosas, ya que el pie solía soltarse, precisamente, cuando más intensidad se estaba aplicando a la pedalada, tanto en subidas como en bajadas.

pedales antiguos

Por otra parte, en caso de una pérdida de equilibrio la maniobra de echar el pie al suelo no era fácil ni rápida de llevar a cabo, lo que suponía un peligro adicional.

4. Tenían dos piñones, uno a cada lado del eje

Hoy puede parecer una extravagancia, incluso puede que la afición por lo retro lo recupere algún día del pasado. Lo cierto es que, también hasta la innovadora década de los años 1930, las bicicletas que incorporaban varias marchas solían llevar dos piñones, y uno a cada lado del eje trasero.

Sin desviadores ni mucho menos cambio sincronizado, al ciclista no le quedaba otra alternativa que bajarse de la bicicleta, desmontar la rueda, girarla y colocarla de nuevo antes de emprender la marcha.

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5. Si querías cambiar de marcha debías tocar el cuadro

Hasta la última década del pasado siglo las bicicletas equipaban unas palancas en el cuadro con las que se cambiaba de marcha. Eran desviadores con accionamiento de cable, que fueron evolucionando desde los primeros, con esos cables a la vista, hasta los más desarrollados, que los escondían en el interior del cuadro.

desviador shimano

Cuando comenzaron a imponerse los cambios mediante levas el salto adelante fue evidente, ya que se perdía menos tiempo en el propio cambio, se mantenían las manos apoyadas en el manillar y no había que dejar de pedalear en ningún momento para elegir plato o piñón.

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Escrito por
José Ángel Sanz
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